La Creación

Y primero la Vida despertó, y dijo: "He aquí el lugar donde he de crear". Y al volver el rostro observó a su hermano, la Muerte. Y él le respondió: "Pero todo lo creado ha de tener un final"

1 de diciembre de 2012

Conspiración en Nailis (Parte I)


Hoy retomamos los relatos que narran las guerras que tuvieron lugar entre las naciones del sur de Aranorth, entre los caballeros de Kelthist, los bárbaros de Tet wup, los Señores de Angh y los Cuervos de Bren Tornya. El link a los relatos anteriores de esta saga figuran en el  margen de este blog, donde pone "Espadas y Equilibrio".

Esta vez, Nailis, la capitán de la nación confederada de Kelthist, sobrevive a la guerra debido a su posición geográfica, pero ni siquiera el corazón de esta tierra puede estar seguro, porque a veces el enemigo puede estar en casa...




Extrañas nubes llenaban el cielo y el sol del otoño brillaba levemente más allá de ellas, tímidamente oculto. Un grupo de caballeros montados en sus corceles se dirigían hacía Nailis desde la ciudad de Palacio del Bosque. Cuando se internaron en el Bosque Rojo se percataron del extraño rumor que las hojas de los árboles emitían a su paso. Darlak miró a su alrededor y supo que aquello era síntomas de mal augurio. Cabalgaba a lomos de un hermoso corcel de guerra, fuerte y poderoso. Portaba con él un yelmo que no llevaba puesto en esos precisos instantes, un escudo simple pero bien trabajado e, introducida en su correspondiente vaina, llevaba a Envinyanta, la espada que le había acompañado en las numerosas batallas que Darlak había tenido que participar.

—El bosque está intranquilo —dijo mirando a la joven que cabalgaba a su lado.

Aeris no supo que decirle y se limitó a seguir cabalgando por entre los árboles de aquel bosque extraño e intranquilo. La doncella iba vestida con una hermosa y cómoda ropa que Annamel le había proporcionado en Palacio del Bosque antes de partir.

El camino por donde transitaban discurría en el interior del bosque. Unos metros más adelante, el camino hizo bajada y fue entonces cuando en su campo de visión se hallaron con el lugar de destino. Allí, justo delante de ellos, se alzaba Nailis, majestuosa, enclavada en las Colinas de Hierro y recortada en medio del bosque que la había visto alzarse.

—Aceleremos el paso —pidió Darlak a sus acompañantes. Además de Aeris le acompañaban otros tres hombres. El capitán había dejado al resto de su compañía a las órdenes de Annamel en Palacio del Bosque por si esta ciudad sufría de nuevo un ataque.

Empezaron a acelerar el paso y, cuando estaban a punto de llegar a la puerta de la primera muralla de la ciudad, un grupo de jinetes les salió al encuentro. Eran miembros de la guardia de la ciudad.

—¡Alto! —ordenó el que iba en cabeza del grupo —¿Cuales son vuestros nombres?

—Soy Darlak Marbail, capitán de la segunda compañía, y la doncella que me acompaña es Aeris Niramar. —El medio elfo se quedó mirando al guardia esperando que los dejaran pasar sin ningún problema— Por tu bien espero que nos dejéis pasar.

—Esto lo tenemos que consultar con el gobernador —dijo mientras giraba la cabeza hacia atrás. Uno de los hombres que estaban tras de él se percató del motivo de esa mirada y se fue a consultar al gobernador.

—¿Acaso el rey Eartan ha regresado del norte? —preguntó Darlak al guardia.

—No, nada se sabe sobre el antiguo gobernador de esta ciudad.

—Pues no entiendo esta detención ante las puertas de la ciudad. Habéis de saber que, en ausencia de Eartan y el resto de caballeros del reino, Igalin, señor del bosque Bosque Rojo, y yo somos los regentes de estas tierras.

Fue entonces cuando llegó el mensajero con la noticia de que el nuevo gobernador les recibiría gustosamente. Se adentraron entonces en la ciudad y cruzaron la avenida de Tud’Am hacia la ciudadela de los capitanes. En la sala donde otrora residiera Eartan, Darlak se encontró con alguien conocido. Un rechoncho hombre se había adueñado de la majestuosa silla símbolo del poder de Kelthist.

—Darlak Marbail, es un honor encontrarnos de nuevo.

El caballero no pudo evitar mirar desafiantemente a quién le acababa de hablar con tanto desdén y repulsa. ¿Con qué derecho aquel miserable se había tomado la libertad de adjudicarse el gobierno de la ciudad?

—¿A qué estás jugando, Irunen?

El hombre, que antes era miembro de la guardia real y que ahora se sentaba en aquella silla, no pudo evitar reírse con sonoras carcajadas al ver la cara de incredulidad de Darlak.

—Las cosas han cambiado mucho en esta ciudad desde la última vez que nos vimos. Puesto que tu forma de proceder en ese entonces no fue la adecuada ahora no aceptamos ayuda alguna de ti ni de ningún caballero de vuestra orden. Podéis regresar a vuestro querido Palacio del Bosque.

—No eres tú quién para dirigir esta ciudad, Irunen.

—¿Y quién lo va a hacer? ¿Alguno de los honorables caballeros de este reino? ¿Aquellos que se creen herederos de los caballeros de la leyenda del Caliz? Hay rumores de que Eartan ha muerto en las tierras del norte. De la dulce Driane y de Aiglat poco se sabe. A Igalin Sulet poco le importa el resto del reino sólo su bosque. ¿Y Kielhe? que según dicen ha fracasado en su intento de defender Blath Laidir de las fuerzas de los Señores de Angh.

—Estamos en tiempo de guerra y los conflictos que Kelthist tiene con otras naciones hace que estemos en esta situación. Pero has de saber que Igalin y yo, hasta el regreso del resto de caballeros del reino y de la consiguiente paz, somos los regentes de estas tierras.

Irunen se volvió reír.

—Ni hablar, no voy a dejar este reino en vuestras sucias manos, ni en las tuyas ni menos aún en las manos de Igalin, que sólo se preocupa por su bosque. Así que, por intento de conspiración hacia el nuevo regente del reino, tú y tus hombres seréis encerrados —y dirigiéndose a sus guardias, ordenó— Proceded a su arresto.

Así fue como Darlak y sus hombres fueron encerrados en las mazmorras de Nailis mientras Kelthist se quedaba a la deriva en tan terribles tiempos que azotaban las tierras del sur de Aranorth.

Darlak y sus hombres fueron conducidos a las mazmorras y allí pasaron la noche. En la celda en la que a Darlak le tocó compartir con Aeris, empezaba a hacer frío. En una esquina, la joven observaba cómo Darlak iba y venía de un lado a otro de la celda. La joven notaba la impotencia y la rabia que asaltaban al capitán de su compañía sin poder hacer nada por él. De repente, la joven doncella notó un extraño olor a humo que venía del exterior.

—Darlak, algo está ocurriendo ahí afuera —El capitán desvió su mirada hacia atrás y Aeris se asustó al ver el aterrador rostro de él. Sus ojos desorbitados y la desesperación de su cara lo habían convertido en un lobo enjaulado deseoso de salir de su encierro. Nunca había visto tanta impotencia en su capitán.

—¡Maldición! —exclamó Darlak mientras se lanzaba a buscar un cierre, unas bisagras, algún mecanismo para poder abrir la puerta desde dentro, pero todo fue en vano —¡Abridnos!
Darlak siguió maldiciendo mientras daba patadas a las paredes y a la puerta de la celda. Sabía qué estaba sucediendo en el exterior, sabía que los enemigos habían llegado a la capital y sus más oscuros temores se estaban haciendo realidad. Y él no quería estar allí encerrado mientras la capital caía en las asquerosas manos de los enemigos. Se hizo sangre de tanto golpear la puerta con los puños pero fue en vano. Allí permanecieron Darlak y Aeris mientras Nailis era invadida. 


© Susana Andrea Ocariz y Sergio Sánchez Azor. (Reservados todos los derechos).

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